Retrato de Pedro Opeka:Un hombre en una isla

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Se fue del país hace 48 años y logró sacar a 500 mil personas de la pobreza extrema. Construyó la ciudad de Akamasoa, que cuenta con 18 barrios, lugares de trabajo, escuelas, dispensarios, centros deportivos. Al igual que en 2015, este año fue propuesto para el Premio Nobel de la Paz.

Son las 10 de la noche en Antananarivo, capital de Madagascar, y  del otro lado de la línea está el padre Pedro Opeka, el cura "gringo" que se fue de Argentina para misionar. "Me fui en barco en 1968. Lloré y dije: adiós Argentina, tierra mía. Hubiese sido más fácil si me quedaba. África es la olvidada y había que arreglar todo. Aprender una nueva lengua, costumbres y tradiciones. Lo hice y no me equivoqué. A mi país lo llevo en el corazón", relata. Las fotos lo muestran feliz. Su tez abundante barba blanca y ojos azules contrastan con las familias morenas.

Una vez asentado en su nueva patria, Opeka ayudó a sacar de la miseria a medio millón de personas. Les transmitió su enseñanza, les devolvió la esperanza y las fuerzas para cambiar la realidad. "Ellos viven muy mal, con sólo dos dólares por día. El 92 por ciento de la población está por debajo del umbral de la pobreza. Sufren enfermedades como paludismo y tuberculosis", cuenta.

Su historia como "el albañil de Dios" (uno entre los varios seudónimos que le adjudican) se expandió por toda Europa y África. Se escribieron libros sobre su trabajo (Un viaje a la esperanza, de Jesús María Silveyra; o Autobiografía de un ribelle) y se filmaron siete documentales, uno de ellos realizado por Jacques Cousteau. En 2013 y 2015 fue candidato al Premio Nobel de la Paz y este año nuevamente tiene la posibilidad de ser reconocido.

Un nuevo hogar

"Nací dos veces. Una vez en San Martín, Buenos Aires, y otra en Madagascar", asegura. Sus padres eslovenos llegaron a Argentina desde Barcelona, en 1947. Venían de un campo de refugiados en Italia, donde se conocieron y se casaron. Creció en el seno de una familia numerosa, con siete hermanos, por lo que tuvo que ayudar a su padre en la construcción.

A los 22 años llegó a Madagascar. Antes de asentarse en África, construyó casas para una familia mapuche del sur argentino y para los matacos en la frontera con Bolivia. A los 17 años comenzó el seminario de los padres Lazaristas, Congregación de San Vicente de Paul.

Su trabajo de albañil, en África, comenzó en 1970 en la parroquia de Vangaindrano, al Sureste de Madagascar. Allí fue párroco  por 13 años y trabajó en los arrozales, codo a codo con campesinos. También allí se enfermó de paludismo y parasitosis.

En 1989 llegó a Antananarivo, donde se encontró con miles de niños y padres que vivían sobre una montaña de basura y se peleaban por la comida. Entonces supo que con rezar no alcanzaba, tenía que hacer algo. "Mi lucha  fue la lucha de ellos: combatir la extrema pobreza que genera exclusión, enfermedades y la muerte de niños por malnutrición. Por eso creamos fuentes de trabajo, hasta que el Gobierno se haga responsable de esta injusticia", dice el padre que sólo tiene palabras de elogio para este país que lo acunó.

Akamasoa, el hogar de los pobres

En 1989 fundó la Asociación Humanitaria de Akamasoa, que significa "Los buenos amigos" en lengua malgache, para ayudar a las personas que vivían en el vertedero de Andralanita y en las calles de la capital. Hoy con 25 años, Akamasoa es una ciudad que tiene 18 barrios, tres mil casas construidas, 13 mil niños escolarizados, escuelas, dispensarios, centros de acogida, centros deportivos y lugares de trabajo para los mayores.

"Son 25 mil personas. Se vive continuamente una vida cruda. Pero Dios nos prepara para una misión, nada es casual", dice el cura. Ese destino también incluye cuidar la integridad física de su gente. "Antes de dormir saludo a los guardianes, ellos nos protegen. Nos atacaron tres veces con armas de fuego. Hay que defenderse de la gente con mala intención", agrega.

A pesar de que sabe lo importante que es su obra y su persona en esta parte del mundo, no se siento salvador. "Sólo que cuando se vive con y en medio del pueblo, la gente comienza a creer, a tener confianza. Entonces, todo es posible. Los obstáculos y dificultades pueden ser vencidas".

Sobre su nominación al Premio Nobel prefiere no pensar porque su tiempo lo ocupa su tarea. "Puedo decir que el premio me lo está dando el pueblo", añade. Sí sabe que un reconocimiento de esta dimensión puede ayudarlo a abrir puertas para que el apoyo llegue más rápido.

Su obra se sostiene con el aporte de particulares. Recibe invitaciones para dictar charlas y dar conferencias. Por eso cada tres meses realiza giras que incluyen países como Francia, Bélgica, Mónaco, Barcelona, y nunca regresa con las manos vacías. "Saben que la ayuda le llega a los pobres. La gran mayoría quiere hacerlo", señala.

El fútbol, el juego que une

Los domingos a la tarde, Pedro saca a relucir su afición al fútbol con la que conquista a los jóvenes. A sus 68 años, lleva grabada la pasión por Independiente y aclara entre risas que es hincha del "rojo", no del "diablo". La pelota lo acerca a su lejana Argentina y a los chicos que lo siguen. Y todavía patea tiros libres al arco como cuando tenía 20. "Si hago un gol de 25 metros, grito media hora agradeciéndole a Dios que me conserva con energía", dice.

Promulga que su pensamiento para combatir la pobreza es y será disminuir todas las desigualdades e injusticias. Y que la felicidad está en saber compartir y "aprender a vivir la vida como un regalo y con alegría".

Ya es tarde. El reloj marca la diferencia horaria de cinco horas. Él ya dejó su testimonio, el mismo con el que conquista a los oprimidos de la isla.

Perfil

Pedro Opeka nació el 29 de junio de 1948 en San Martín, Buenos Aires. Desde muy joven aprendió el oficio de la construcción ayudando a su padre esloveno. A los 17 años empezó el seminario de los Padres Lazaristas. En 1968 fue a estudiar filosofía y teología al Colegio Máximo de San Miguel. En 1968, se marchó de Argentina para profundizar su formación en la Universidad de Ljubljana en Eslovenia. Luego, decidido a ser misionero, siguió sus estudios de teología durante tres años en Francia. A los 27, se ordenó sacerdote en el santuario de Nuestra Señora de Luján. En 1989 fundó Akamasoa. Recibió innumerables distinciones y condecoraciones como el Premio de la Tolerancia por el Presidente de la Academia Europea de Ciencias y Artes en Eslovenia, en 2013 y Medalla de Oro de la Liga Universal del Bien Público en París en 2012.

Web de la fundación: perepedro-akamasoa.org


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